11 mar 2008

NO TODO ES MIERDA

Dicen que la vida es un sueño cuya constante es la pesadilla, evidencia ante la cual ¡mierda! gritan los puercos y ¡cerdos! quienes se consideran puros sin razón o contra ella. ¿Que el barco escora? No faltará un coro que señale a otro mientras brama ¡esto apesta, carga al agua! seguido de un ¡pobrecito! ¿Quién ha sido?

Cubierto por sus propias heces, el hombre sigue obstinado en creerse el producto más selecto de la evolución: a tal grado llega su mayor vicio, la vanidad. De vanidad están hechas las peores tragedias, los más penosos desastres, casi todos los yerros que provocan el exceso de ambición y la falta de honestidad con uno mismo. La vanidad mueve y enreda los hilos del engaño, vanidad es lo que nos impulsa a caer en un precipicio agridulce al querer fermentar el dinero en nuestras manos a partir del no menor embuste de ponerle un precio a todo con todo un regateo de falacias. Para cierta postura hoy pandémica, sólo pasamos de ser lucrativas mercancías a molestos desechos, pero no somos por ello enemigos del comercio, que nos parece tan indispensable como una voluminosa cagada después de una comida abundante. Escupimos, sin embargo, sobre la deidad imaginaria del crecimiento ilimitado y no estamos dispuestos a tolerar por más tiempo las tonterías de su feligresía, entre la que abundan los productores de miedo y sus remedos, los productores mierdosos.

En virtud de que ya nada tiene ni contiene sentido; puesto que ya nada es lo que parece ni ser parece, no todo es mierda. He aquí una clave para evitar pudrirse en las deyecciones de un mundo que se pavonea de haber violado sus misterios: transmutación, oro de los putrefactos, henos con ella así en la calle como en la trena. Alquimia de anarcotiranía transversal y purgante antes que purgatoria, obra de continua fisura y catarsis social.

El cielo ruge prodigando extraños fulgores mediante la irrupción de fuerzas que se saben insondables. Hogueras dispersas indican que la ciudadela ha sido cercada por hordas de tiranos de sí que no temen acampar bajo la tormenta que se avecina. Tras la solemne capa de silencio autoimpuesto, una frase perdida adquiere relieve: nadie está a salvo de nadie...

3 mar 2008

REMATISMO, NUESTRO REGENERADOR UNIVERSAL

En un pasado no muy remoto que sufría el cautiverio impuesto por caciques analfabetos, intoxicadores con sotana y bigotudos perros cuarteleros; en un pasado cuyas oligarquías, por desgracia, siguen estando muy presentes en la configuración política, algunos pensadores armados con laudables intenciones anticlericales y abundante sentido crítico iniciaron una campaña de denuncia contra las instituciones que empozoñaban la harapienta España poscolonial a fin de promover una reforma sistemática de la sociedad que ponía el acento en la transformación de la educación. Se los conoció como regeneracionistas y entre ellos cabe destacar la figura de Joaquín Costa, quien además de estar vinculado a la Institución Libre de Enseñanza fue proclive a frases tan exactas como aquella de "escuela, despensa y siete llaves para el sepulcro del Cid". Ahora sabemos que el regeneracionismo, bien por ser demasiado transigente en sus tácticas con los parásitos del poder, bien por servir de ascensor a cierta élite cultural, quedó neutralizado pese a haber dejado una impronta libertaria en varias generaciones de autores de la talla de Antonio Machado y Buñuel. Quizá a sus líderes les faltó la garra visionaria que a otros sectarios por entonces les sobraba: "Sí, somos unos bárbaros y queremos ser unos bárbaros. Es un título de honor. Somos los que rejuveneceremos el mundo. El mundo actual toca a su fin" -anunciaba un Hitler agitador... después vinieron las nubes rosa que pincelaban el horizonte con el sarcasmo brutal de las incineraciones masivas, pero en ello no tiene que haber necesariamente una relación causal. Bien entendida, la liberalidad sólo puede tener comienzo desde la tiranía; bien valorado, el pueblo se merece lo mejor a condición de impedir su pasión por estropearlo. Invirtamos, por tanto, la imagen apuntada más arriba: nada de regenerar un mundo que quiere eternizar su agonía en una aceleración de intrascendencias mientras finge alcanzar el bienestar multiplicando escenarios para la catástrofe. ¿No sería más grandioso rematar ese mundo que sobrevive a fuer de ser inmundo? ¿Acaso no os resulta excitante la posibilidad de convertiros en la bisagra entre el fin de la historia y la historia del fin? Más nos valdría poner un remate digno a este permanente acoso de hastíos y calentarnos después, cuando rompa la noche, al calor de los rescoldos todavía humeantes del saqueo.