26 feb 2008

DEL INDIVIDUO COMO SUJETO DE IZQUIERDOS EN LUGAR DE DERECHOS

Según el paradigma cultural de occidente, que jurídicamente es heredero de la retícula de conceptos tejida por el derecho romano, y con independencia de las escasas diferencias con las que el legislador de turno interpreta este legado, usualmente se entiende por derecho objetivo al conjunto de normas que rigen la vida en sociedad, lo que viene a ser una manera aséptica y en extremo sucinta de hacer alusión al intento de legitimar un inveterado estado de dominación donde una minoría improductiva suele gozar de privilegios vedados, en todo o en parte, a una mayoría a la cual pertenecen los productores de bienes y servicios. No obstante, la credulidad campa a sus anchas y abundan quienes dan por superado este desequilibrio tras el colapso del planteamiento feudal de la política que supusieron las revoluciones liberales modernas, que en realidad fueron las comadronas de un novedoso juguete con el que podía entretenerse a las masas descontentas sin necesidad de invocar los grandes misterios teológicos ni, por supuesto, reconfigurar el orden económico inaugurado por las clases ascendentes; nacieron así los derechos humanos, que vienen a ser la excrecencia retórica del sospechoso invento de la dignidad natural y tienen como premisa las epifanías laicas, pero no menos turbias, de la libertad, igualdad y fraternidad entre los miembros de una misma especie, una memez de efectos narcóticos prolongados que está destinada a aliviar daños sin cuestionar quien los causa, cuando no a servir de falso consuelo y manifiesto pretexto ante situaciones de abuso estructural... Nosotros no defendemos derechos de ningún tipo, ni siquiera los que pudieran beneficiarnos a nivel subjetivo, pues ello implicaría aceptar de entrada una definición que por fuerza nos ha de venir pequeña; nosotros preferimos proclamar los izquierdos, que son los poderes que uno mismo puede arrogarse sin apelar a otra autoridad que los atributos derivados de su coraje, ingenio y entereza al margen, o por encima si fuera preciso, de la libertad, igualdad y fraternidad con esos supuestos semejantes en cuyo nombre se ejerce tantas veces el chantaje moral por parte de las democracias corporativas, verdaderos ranchos de absolutismos disfrazados.

Los izquierdos no se basan en las alucinaciones del derecho natural ni pretenden imponer la ficción de un consenso global; los izquierdos son la viva expresión de la fuerza sin Estado que temen todos los Estados sin fuerza: sin que nadie los haya formulado, los izquierdos componen la parodia del mundo disecado por las burocracias del pensamiento, es decir, son su antidoctrina o su copyleft. Todo lo que uno puede hacer por sí mismo sin rendir cuentas y todas las cuentas que uno puede saldar sin rendir culto están comprendidas en la flexible cobertura de los izquierdos. Izquierdo es un "ni a rico debas ni a pobre prometas", pero también un "más vale un toma que dos te daré", ya que los izquierdos, muy al contrario que los derechos, no se piden ni se conceden, no están subordinados a la letra muerta que se fantasea ley, sino que se conquistan, duran mientras se ejercen y se desvanecen si no se ejercitan. El izquierdo no remite a la palabra escrita, sino a la palabra dada y, aún mejor, al comercio concreto y no especulativo que va del pacto tácito a la ruptura sin papeles.

El origen del derecho bien puede responder a la conveniencia de organizar con garantías las relaciones en el seno de un espacio común; sin embargo, con demasiada frecuencia se olvida que dicha organización siempre se hace en favor de alguien que aspira extender su hegemonía sobre los otros. El derecho, como bien dijo uno de los nuestros, es la continuación de la ley de la selva en la demagogia, por ello en su árbol genealógico siempre se hallará una extorsión reiterada, la de quienes aspiran a la victoria permanente de sus intereses sobre los cambios y fluctuaciones venideros. Como alternativa a esta exhibición de mezquindad y sin dejar de considerar que nadie es igual a nadie, ni siquiera a sí mismo, lo justo sería devolver a los fenómenos sociales su capacidad para autorganizarse. Y si su señora no se fía y le exige la presencia de un órgano supervisor de este proceso, nosotros tenemos a punto el apropiado: ANARCOTIRANÍA.