18 mar 2012

POR UN MARZO NEGRO

Con el mantra ominoso de la Crisis, la economía especulativa aprovecha la adversidad circunstancial ocasionada por sus malas artes para imponer reformas estructurales que acorazan sus privilegios en detrimento de nuestra soberanía como ciudadanos, cada vez más debilitada. El pueblo ha perdido la capacidad de intimidación necesaria para que la clase propietaria limite su voracidad, que no encuentra obstáculos para usurpar campos que creíamos seguros, como la sanidad pública (que nunca ha sido gratuita, pues la costeamos con impuestos), el acceso a la educación en condiciones óptimas y la estabilidad de los derechos laborales. Además, si la huelga fuera un derecho debidamente reconocido, la jornada de protesta sería remunerada en su integridad como lo es, por ejemplo, una baja por incapacidad temporal, aunque esta cobertura social básica también se ha visto amenazada por la reforma laboral que, entre motivos a hartar, justifican en España las manifestaciones de repulsa contra su gobierno títere del poder financiero, lo que por otra parte no nos impide esgrimir cuatro excelentes razones para cuestionar la convocatoria del 29M tal como está planteada:
1. Ni las huelgas ni los desfiles masivos de indignados sirven para cambiar nada en beneficio de las clases menos favorecidas. Son actos de probada inutilidad. Más nos valdría encauzar los recursos destinados a esos eventos hacia medios más prometedores, como recibir entrenamiento táctico para organizar escuadrones de verdadera guerrilla urbana que sustituyeran a los soporíferos mítines.
2. El éxito de una iniciativa crítica está en relación con su oportunidad y la rapidez en el tiempo de reacción es crucial para que surta efecto, pero esta huelga se ha insertado deliberadamente fuera de plazo. Quizá la disconformidad hubiera tenido impacto político antes de la aprobación del decretazo; después, harían falta otros elementos de insurgencia para no verse reducida a un acontecimiento testimonial.
3. Considerando lo anterior, nadie podrá negar que la huelga está desde el principio instrumentalizada por los grandes sindicatos intervenidos, que la usan, entre otros fines, para recuperar parte del prestigio perdido. Sus líderes se limitarán a dramatizar en las calles el papel que tienen asignado por oficio. Evidencia indiscutible del parasitismo complaciente de quienes dicen defender a los trabajadores, es que los huelguistas del politburó, los sindicalistas profesionales, no verán mermado ni un céntimo su sueldo en el día de marras.
4. Salvo en los sectores industriales que dependen de una producción constante, el parón será rentable en buena medida para la patronal y, sobre todo, para las administraciones públicas, que se ahorrarán el pago de muchas nóminas con sus correspondientes prorrateos.
Pese a estas objeciones, tenemos presente que para el gobierno en funciones la huelga general permite, como un barómetro social, medir el nivel de movilización del descontento, y solo por este hecho merece nuestro apoyo, que será un modo de recordarle que su mayoría absoluta no está legitimada por la absoluta mayoría. Sin embargo, las maniobras del gran capital no pueden combatirse con una huelga convencional, es preciso recurrir a estrategias concebidas con una inteligencia más agresiva. Si realmente se quiere hacer una campaña de resistencia enérgica paralizando el país y demostrar con ello la fortaleza latente de los desposeídos (entre los que incluimos a todos los subordinados a un contrato por cuenta ajena), hay que atacar directamente al sistema bancario, cuyas entidades viven de nuestro trabajo y gracias a nuestro crédito, no lo olvidemos. Desde aquí, para que la cita reivindicativa se transforme en un golpe de liquidación, proponemos acudir en masa a las sucursales para retirar los ahorros depositados en las cuentas corrientes. Así de simple. De ser secundado este llamamiento por la mayoría de la población damnificada por los recortes, en cuestión de minutos se podría hacer jaque al Estado manejado por los eurócratas.
Y luego, ¿qué? Evitar servir de blanco fácil a los cuerpos represivos, mantener el pulso sin arredrarse y no indultar jamás a los mezquinos que alcen la mano contra la gente que no teme transformarse en león para no ser gacela en lo sucesivo. Sólo a partir de ese momento podríamos empezar a negociar en una posición respetable con los clanes mafiosos que ahora insisten en hacernos pagar sus errores tras haber jugado con nuestras vidas como si fuesen el excedente más volátil de su patrimonio.