29 mar 2014

LOS CANGREJOS

Por lo general, intuimos que podemos fiarnos de nuestros enemigos porque tenemos la seguridad de que harán todo lo posible para hundirnos; también, claro está, desvencijarnos a porrazos y acusarnos a continuación de tentativa de homicidio. Imposible sentir estima por los cuerpos policiales una vez se toma conciencia de la brutalidad con que trabajan dentro y fuera de las comisarías, de la impunidad con la que abusan de la villanía mal llamada autoridad y del tipo de bajezas que piensan cuando se prestan a usar la cabeza, cosa rara, para otro caso que no sea aprovecharse de alguien más expuesto a las inclemencias sociales o fastidiar a quien se sale del redil.

El agente no merece recibir el respeto que, por norma, se descuida de guardar con el ciudadano, al que abrevia en el trato con una repugnancia que desvela el infravalor del habitante real dentro del Estado; si son aplausos y palmaditas en la espalda lo que espera, debería empezar por tirar su placa a la basura, el sitio más honorable para exhibirla, y pedir perdón públicamente por todo el daño que haya causado durante el ejercicio de sus funciones, entre las cuales no es menos nociva la de echar carnaza a esa audiencia hecha de puercos que desde sus mansas cuadras clama por el prestigio de la represión entendida como un oficio.

Por último, sin restar un ápice de validez a nuestras objeciones, hemos de confesar que con esta calaña de veladores del orden público, tan caóticos y torpes cuando les toca dar el callo en la calle, nos sentimos más tranquilos teniéndolos como oponentes que como defensores.

28 mar 2014

HORROS CONTRA HORRORES

Anteponemos el derramamiento de verdades al de mitos, el de mitos al de sangre y el de sangre al de libertad, disponiendo así un orden de prioridades donde lo polémico y lo natural se refuerzan recíprocamente, porque la libertad es el mítico motor que mueve la sangre de quienes están llamados a combatir pavores, de todos cuantos sienten en sí mismos la combustión preciosa de los héroes.

Sabemos que la tecnología y la gasolina no sólo nos darán la razón: pondrán vuestra locura en el horno de la nuestra y no imagináis, podéis estar seguros, lo que haremos con ella.

22 mar 2014

LA FRAGUA DEL BATALLADOR

Siempre que se habla de redes sociales se incurre en una aberrante redundancia, porque cualquier sociedad compleja, y la humana lo es incluso en la trinchera, se despliega como una malla que atrapa en sus profusos nudos al sujeto que piensa por sí mismo y se siente dispuesto, en consecuencia, a ahondar en el proceso de desligarse del conjunto. Cierto es que hasta el más lúcido antagonista habrá de sorprenderse en sus asimétricas interacciones con los demás al adoptar hábitos mentales como el de minimizar el poder del azar en la prosperidad y maximizarlo en la adversidad; lo que de ningún modo se permitirá perder de vista es que la complacencia con este prejuicio, bastante arraigado como mecanismo adaptativo de consolación, puede propagarse a otras áreas de la conducta hasta el extremo de hacerle bajar la guardia frente a las agresiones ejercidas por agentes poco fortuitos.

Accidentada antes que casual e intrínsecamente polémica a cada lado de sus adherencias, la autoconciencia no se reduce a la divergencia, pero sin ella ¿qué sería de su capacidad desprogramadora? Cuando están en juego las potestades fundamentales del individuo, sus derechos e izquierdos para transitar por centros y laberintos, el interés por su defensa debe prevalecer sobre las creencias religiosas, las filiaciones corporativas y las superficiales distorsiones del ego que alguien menos avezado podría considerar, a la ligera, asuntos prioritarios a dirimir en su guerra contra el mundo que lo estrecha. Recordemos, con Beckett, lo que la física profunda empieza a cartografiar y los antiguos místicos ya sabían por otros derroteros: "La individualidad es la concreción de la universalidad, y cada acción individual es al mismo tiempo supraindividual".