La vida no es un derecho y, por supuesto, tampoco un deber; la vida es un tumor, un dislate, un salto irresponsable al tumulto de la decepción. A quienes se creen elegidos para imponernos la reproducción de sus genes habría que considerarlos terroristas, pues por ellos malvivimos y aún seremos sacrificados como larvas de mosca que pugnan vilmente por engancharse al reclamo de una herida jugosa. Lamentaremos haber nacido mientras somos sepultados bajo el peso de nuestra bulliciosa insignificancia, y presas fáciles seremos para el triunfo de los más duros villanos que la plebe aplaudirá en su marcha automatizada al matadero.
La esterilidad global debe ser un punto de partida para cualquier iniciativa política que sitúe entre sus prioridades la domesticación de la economía al servicio de la población. Con las necesidades generosamente atendidas, podría empezar a abordarse la transmutación del género humano. El primer eslabón en la creación de una raza de hombres superiores sería el desarrollo de subhombres capaces de encargarse con habilidad de las tareas pesadas sin el sufrimiento psíquico de quienes, a lo largo de la historia, han tenido que soportar el agravio de ser esclavos conscientes de su infortunio. Ciertamente, la naturaleza humana es una materia problemática que hace de nosotros animales rapaces y belicosos que han de violentarse para atenuar su inclinación a la violencia, pero la lucha de clases que ha teñido nuestra orfandad terrestre puede ser compensada mediante la aplicación de medidas tecnoarcaicas y socialhedonistas. Ningún régimen conocido ha conseguido autocentrarse porque el precio de su ilusoria integridad ha resultado siempre criminal; ni siquiera la policracia, que propone la simultaneidad pacífica de diferentes modelos de organización social dentro de un marco de libre afiliación ciudadana (idea que empapa el panarquismo de Puydt y está presente en la obra de los economistas Bruno Frey y Reiner Eichenberger), se vería exenta del peligro expansionista de un vecino inspirado por la voracidad mercantil, religiosa y militar de su gobierno. Para evitar caer en este error, la Anarcotiranía pretende ser una plenarquía, es decir, garante absoluto de una libertad personalizada gracias a la participación plenaria en la tiranía, tiranía de pleno hecho que tiene por objeto completar libertad con sujeto.
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