2 jun 2014

LABERINTOS DE LIBERTAD

Por increíble que parezca, con independencia de su inteligencia y nivel cultural a mucha gente le cuesta concebir que entre dos individuos libres el poder de cada uno, pese al conflicto de intereses que pueda surgir, antes que excluirse recíprocamente se incrementa sobre el existente cuando alguno de ellos está sometido a severas restricciones que le impiden decidir por sí mismo. "La libertad de uno termina donde empieza la del otro", suelen advertir estas personas demostrando no un axioma, sino cuán sumiso al dictamen ajeno y temeroso de su voluntad es quien así razona. Quisieran una libertad escrupulosamente parcelada, distribuida en jaulas donde las acciones estén predefinidas e incluso reguladas por agentes externos. Para nosotros, en cambio, la libertad conlleva prácticas exponenciales abiertas a configuraciones caóticas, siempre tan imprevisibles como desafiantes. Si fuéramos interrogados al respecto, podríamos decir:

"La libertad del otro me importa porque a través de ella puedo extender y embellecer la mía, sea mediante la adhesión que la vence con artes persuasivas, sea mediante la afición mutua de quienes comprenden, en efecto y en afecto, que la unión de afinidades sin obligación de permanencia ni compromisos de semejanza supone una garantía para cada uno de los actores implicados".