El caos generalizado no produce nada perfecto, pero demasiada perfección es un caos. A nosotros nos basta con la perfección de poder perdernos y con el desorden de volver a encontrarnos dispuestos para contarlo. Contaremos que nadie puede saber a ciencia cierta si está despierto; que la realidad es un ensayo monstruoso donde el mundo puede ser suplantado por decorados y la economía desfigurada hasta ser confundida con los deseos insaciables de una minoría de traficantes de miserias. Contaremos también que nos han vendido medicinas fraudulentas con burbujas trilaterales de sinarquía y misticismos necrófilos que se proclaman terapéuticos desde los circulitos concéntricos del poder.
Aun cuando el naufragio sea colectivo, lo que resulta repugnante -salvo que entendamos la prosperidad como una feria de charcutería social- es que el lucro privado sea la premisa de las organizaciones más poderosas; peor aún, antes que repugnante, lo inadmisible es que existan este tipo de organizaciones. En este sentido, la mayor obra de ingeniería no ha tenido lugar ni en los transportes ni en las telecomunicaciones, sino en la capacidad mutágena y casi onírica de exprimir al individuo en toda regla, es decir, fuera de toda regla. Tal vez necesitaríamos vivir más de una vez para comprender las claves de la naturaleza humana y tal vez entonces llegaríamos a la conclusión de que no merecen ser comprendidas, pero desde luego no hace falta un tremendo acervo para percatarse de que tenemos la fortuna de ser valiosos para los responsables de esta impostura... valiosos como piezas de ganado con cuya fuerza de producción, consumo y consentimiento puede especularse sin restricciones. A esto lo llaman libertad. Por nuestra parte, no tenemos ninguna imagen mítica que ofrecer a la gente ni ajustes de cuentas infinitos que saldar, pero estamos en guerra, somos insurrectos y nunca hemos despreciado las reservas contenidas en la grandeza de lo chico.
Gobernar debería ser la justa y transparente administración de la riqueza. En la mayor parte de los casos, los gobiernos no pasan de ser títeres de las maniobras orquestadas por las coaliciones de los más ricos. Esta situación, atractiva sólo para víctimas necias y verdugos recalcitrantes, merece una respuesta devastadora de honda penetración institucional: la acción combinada de anarcomercados negros que favorezcan el intercambio paralelo y horizontal de productos y servicios, de anarcoguerrillas contra los oligopolios de la información y -no podemos evitarlo- de anarcointervenciones de los bancos centrales con sus respectivas redes de clanes inversores. Colectivizar las fuentes de riqueza de un país, así como garantizar medidas de control directo sobre las mismas, no equivale por concepto a un acto de expropiación: expropiar es lo que han hecho desde la revolución industrial -sin mayúsculas- las corporaciones financieras cuando nadie ha sabido ponerles freno. Nuestro plan de ataque esotérico pretende redirigir la riqueza a sus bases con estrategias que dispersen de un tajo la acumulación excesiva de capital y, por ende, sus funestas consecuencias. Esta declaración, que podría tomarse a la ligera como una apuesta romántica imbuida de regeneración socialista, pretende anunciar algo más sólido que una versión neocrédula de filantropía ideológica: el despliegue de barricadas interdisciplinarias que contengan los tratamientos de choque impuestos por el capitalismo fanático de los discípulos de Rockefeller y Milton Friedman.
Todo Estado fuerte necesita ciudadanos débiles. No es fácil examinar las entrañas de Leviatán cara a cara. La verdad al desnudo es una puta a la que no es fácil entregarse, pues ha sufrido amputaciones graves, huele a podrido y para colmo es portadora de enfermedades ultrajantes. Existe un pacto de silencio mediático a nivel internacional, una huelga decretada contra el conocimiento, una encriptación severa de la razón crítica; existe, asimismo, un tao de la confrontación en nuestra conjura que dará origen a dialécticas de efectos secundarios impredecibles. Alguien nos ha dicho que en la tesis del anarcoestado cree ver una apología de la economía del regalo. No lo discutimos, forma parte de nuestras insinuaciones más amigables de igual modo que la simpática restauración de la guillotina o el régimen de castas tecnofeudal.
Lo estamos inventando. No sabemos que saldrá. Haremos lo que no quieran que hagamos... y lo haremos bien.
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