28 ago 2007

EL EJÉRCITO DE LAS TINIEBLAS

En lo que somos, no somos ciertos; y en lo que no somos ciertos, alcanzamos lo que somos. Somos noventa y nueve anarcotiranos, treinta y tres comandos de guerreros donde cada individuo constituye un poder inexpugnable. Noventa y nueve combatientes no dispersos, sino concentrados en noventa y nueve lugares del mundo con adiestramiento para actuar desde la cabeza al gatillo. Quizá parezcamos pocos al ojo ignorante, pero somos pocos de mucho valer. Con menos hombres se han minado imperios que se soñaron eternos.

En el origen de los acontecimientos históricos más significativos siempre hay alguien que aviva en soledad el volcán de su espíritu, mientras que por cada sujeto que llega a ser un punto de partida existe otro millón de amaestrados dedicados a embestir. Por tanto, un ejército de noventa y nueve almas soberanas dispuestas a desmontarlo todo supone la tenebrosa amenaza de casi cien guerras abiertas... ¿todavía sigues creyendo que somos pocos?

La gente pequeña tiende a contabilizar los fenómenos como calderilla porque ellos mismos no cuentan; la gente pequeña es venenosa porque tiene ideas pequeñas, que no es lo mismo que carecer de ideas ampulosas, pues entre la masa proliferan quienes se creen llamados a protagonizar misiones grandiosas. Estos, antes que otros, son la hez más pestilente de la sociedad, un excremento creciente que urge reciclar, aunque puede que esta declaración de enemistad no quede exenta de resonancias mezquinas. Puede. Cuando el tren ha llegado a su destino, lo apropiado es olvidarse del billete que ha cumplido su misión. Olvidaremos, sabemos hacerlo. Sabemos que cuando se lucha contra algo también se lucha por ello; perseguir un objetivo es errar el blanco desde el principio. Por eso nuestro estilo de combate no arranca con un por, tampoco con un contra, sino con un incisivo y molesto dentro de.

Pronto anunciaremos nuestra salida de las sombras.

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