22 mar 2014

LA FRAGUA DEL BATALLADOR

Siempre que se habla de redes sociales se incurre en una aberrante redundancia, porque cualquier sociedad compleja, y la humana lo es incluso en la trinchera, se despliega como una malla que atrapa en sus profusos nudos al sujeto que piensa por sí mismo y se siente dispuesto, en consecuencia, a ahondar en el proceso de desligarse del conjunto. Cierto es que hasta el más lúcido antagonista habrá de sorprenderse en sus asimétricas interacciones con los demás al adoptar hábitos mentales como el de minimizar el poder del azar en la prosperidad y maximizarlo en la adversidad; lo que de ningún modo se permitirá perder de vista es que la complacencia con este prejuicio, bastante arraigado como mecanismo adaptativo de consolación, puede propagarse a otras áreas de la conducta hasta el extremo de hacerle bajar la guardia frente a las agresiones ejercidas por agentes poco fortuitos.

Accidentada antes que casual e intrínsecamente polémica a cada lado de sus adherencias, la autoconciencia no se reduce a la divergencia, pero sin ella ¿qué sería de su capacidad desprogramadora? Cuando están en juego las potestades fundamentales del individuo, sus derechos e izquierdos para transitar por centros y laberintos, el interés por su defensa debe prevalecer sobre las creencias religiosas, las filiaciones corporativas y las superficiales distorsiones del ego que alguien menos avezado podría considerar, a la ligera, asuntos prioritarios a dirimir en su guerra contra el mundo que lo estrecha. Recordemos, con Beckett, lo que la física profunda empieza a cartografiar y los antiguos místicos ya sabían por otros derroteros: "La individualidad es la concreción de la universalidad, y cada acción individual es al mismo tiempo supraindividual".

No hay comentarios:

Publicar un comentario