En un mundo donde los tontos cabalgan sobre los mejores, ¿quiénes son los listos? En un recipiente que hace aguas por doquier, ¿qué sentido tiene luchar por el trago más largo? Reconocer el fracaso cuando llega y seguir adelante, no conocemos otra manera de triunfar. Y si la única fórmula que conjuga bien con nuestro vacío es la de seguir soñando, soñaremos más despiertos que nunca -soñaremos irrumpiendo, interrumpiendo la mala vida con vidarrea.
No tendrás una definición fácil de vidarrea que permita seguir acelerando tu curiosidad asistida de animal locomotriz. Vidarrea es un quizá de evacuación morbosa de la voluntad con derramamiento impetuoso de fuerzas; un tal vez de disolvente de sí que salpimienta a los otros mientras defeca el alma en un pulso continuo de llama sin nombre. Y si "nuestra fuerza se mide por el número de creencias de las que hemos abjurado" -como decía nuestro amigo Émile- ya nada puede derrotarnos, hemos desertado incluso del suicidio, la última ambición... ¿Cómo? ¡Ah, es cierto! Puede también que nos queden unas ganillas bobas de avanzar, cosa de poco en cualquier caso: nos gustaría extirpar unos cuantos millones de cabezas y convertir algunos cráneos en orinales tuneados que tendrían el privilegio de servirnos en las interminables noches de carcajada honesta y sexo linfático.
No es nada personal, ¿es necesario advertirlo? Ahora somos vidarreicos incorregibles, apóstoles desengañados al cubo, crónicos de la vida que asusta porque no se asusta. Es más, no nos importa saber lo que somos: mañana habremos abortado lo que pasado olvidaremos.
Vidarrea, por supuesto, la vida que arrea.
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