Las grandes batallas pertenecen a los mayores mentirosos; los peores embustes a los más viles hipnotizadores, a los pacifistas con sus tropas de mansos. Revolución, ¿para qué? ¿Para añadir más mercancías, nuevas tallas y colores al mercadillo planetario de letargos? La confusión está de moda porque la endulza la tentación de ser admirado, versión primeriza del horror a ser excluido. No, señorías, no vamos por ahí.
En la escalera de máscaras, tras el último peldaño, ebullición de avatares imponderables. Cruje la mente, los huesos se disipan. Al pie del abismo no hay gloria ni perdón; tampoco amor ni salvación -pero las llagas ríen y porfían en el intento de sostener lo insostenible: entregarse a la caída o estrellarse en el cielo, el paso es el mismo.
Con todo en contra y en contra de todo. Sin esperanza, sin miedo. Dolor de mutaciones, liberación en virtud de crímenes ejemplares a través de los cuales el hombre tendrá que reinventar su papel expulsando de sí el lastre de sentirse como una criatura predilecta. El hombre expatriado del hombre, un arte que no debe nada y nada tiene reservado. Anarcoestimulación, la majestuosa tragedia de pasar sin pesar unida al sublime goce producido por una lágrima de hielo que apenas roza el continente perdido de nuestro reino, que es de este mundo y también de aquél donde la harina procede de costales rotos...
¿Preparados? Seréis poderosos porque aprenderéis a ser injustos. ¿Listos? Estaréis saciados cuando conozcáis el peso exacto de la corona. ¿Ya? ¡Ya muere de ya! Ya dogma y cruz de la inmediatez, que también puede ser un anzuelo de penurias autocumplidas, un principio de parálisis disfrazado de fuerza generativa. ¿Revolución? Jaja. Cuando empezamos a entender la trama de la historia, la historia nos entierra. Siempre es demasiado tarde o demasiado pronto.
Dejad que los niños mueran en el limbo del que nunca debieron salir. Dejad que el eterno retorno os enrosque con una vuelta más. Dejad que os diga una cosa: lavativa, trote y al corral, que llegan los amos.
Día de San Mequetref, patrón de todos los rufianes.
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