3 abr 2014

EMPODERAMIENTO

El afán de poder está grabado en nuestro código genético como un epitafio de estrellas, mas todos sus fulgores en la tierra no bastan para ocultar las carencias incorregibles que lo motivan. Allá donde miremos nunca encontraremos a buenos ni malos, sino a facciones de hombres despreciables o peores dispuestos a valerse de cualquier medio para dar rienda suelta a su orgullo. Nosotros no somos mejores, pero condenados a la crucifixión de nuestros dominios, martillados por el estamento político, estamos abocados a ejercitarnos en el arte de no ser gobernados por nadie, lo que nos otorga una afilada transversalidad para inutilizar moldes y situarnos por encima de la ingenua carencia de límites que muchos hijos del descontrol predican como máximo atributo de la libertad, que para nosotros, antes bien, radica en una disciplinada instrucción necesaria para determinar los niveles que, llegado el caso, defenderemos con el alma... como verdaderos desalmados. Cualquiera que tenga en estima estas premisas y sea consciente de la amplificación de las taras humanas en el contexto social contemporáneo, convendrá en que hay que ser muy anárquico para no volverse anarquista de inmediato; sin embargo, el anarquista que conjuga en sí mismo una dialéctica abierta a los plenos poderes y decide aventurarse a las incorrecciones de la excelencia, debería ser bautizado bajo invocaciones magmáticas con el nuevo título de ANARCOTIRANO.

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